lunes, 22 de noviembre de 2010

Trayecto de ida...FIN



Hoy he llegado a mi destino, me levante del asiento para poder bajar en la siguiente estación; Eugenia ha quedado atrás, hoy por fin después de mas de un año de luto sentimental has quedado atrás, como estaba sentenciado desde un principio en el cuento que me escribiste, con aquel con el cual me sedujiste, en ese entonces pensaba que ese trayecto; nuestro trayecto no iba a terminar así, que haríamos que tuviera otro final; sin embargo cada una de nosotras fue cavando para que el final se cumpliera a pie juntillas como si fuera una sentencia, un mal augurio.

"Las dos miraron hacia otro lado, las dos se levantaron y las dos salieron del viejo vagón para tomar direcciones distintas. Qué irónica la vida y que desoladora la evidencia de que más allá del espejismo solo hay engaño."

2 de Diciembre del 2008, ese día comencé a escribir este Blog con mucha ilusión, lo comencé a escribir con el mismo cuento que hoy termino una etapa de mi vida, no me arrepiento, fui inmensamente feliz, ame con locura con todo lo que mi corazón, cuerpo y alma podía entregar.

Desgraciadamente el amor no fue suficiente para ninguna de las dos.

Que curioso, el 17 de noviembre del 2006 llegaste, el 6 Noviembre 2009 el comienzo del fin el 22 Noviembre 2010 me bajo de este tren.

Trayecto de Ida...

Otro día más en el que todo ha sido como siempre, otro día en el que entrar en el subsuelo es una osadía solo apta para parias al borde del desahucio. Otro día más en el que a Martha se le escapa el metro de las nueve, otra vez tendrá que esperar diez minutos para subirse a ese carruaje compartido hecho de metal que le lleve a su techo, a su mesa y a su cama.

   Las puertas se abren y junto a Martha una manada de bípedos desesperados engulle el limitado espacio del vagón. Afortunadamente Martha tiene suerte y encuentra un asiento en un rincón y allí se deja caer. Sin proponérselo echa un vistazo a su alrededor y lo que ve, es lo de siempre. Un vagón de metro atestado de gente empapada en sudor fuerte que corta el aire, una jauría de autómatas con cara de perros sin domesticar.

   Lo cierto es que a pesar de que es lo de siempre la imagen es tan desoladora que lo mejor es perder la mirada y darle al interruptor de la mente para vaciarla de todo y todos.

   Pasados unos minutos, o quizá sólo fueron unos segundos, Martha alzó la mirada y de repente, ya no todo era como siempre... frente a ella una mujer....una mujer de unos cuarenta y tantos, de piel morena y ojos negros, que en ese mismo instante despertaba de sus pensamientos para envolverse en la mirada de Martha.

   Miradas correspondidas, ojos que se miran para clavarse en el alma. Toda la ciudad parece estar allí, concentrada en el viejo vagón, pero ellas ya no están allí. Están en otro lugar, cada una de ellas deambulando por las pupilas de la otra. Ya no son capaces de ver otra cosa, ya no oyen nada de que no sea su propia respiración, ya no hay cansancio, ni tan siquiera queda resquicio de aquel premio por llegar a sus techos, a sus manteles, a sus camas...hace calor, y la magia de esa mirada correspondida acelera los sueños y los convierte en fantasía.

   Se miran, no pueden dejar de mirarse y en medio de ese embrujo el pulso se derrama. Se sienten, se acercan.

   El mundo ha dejado de existir y conteniendo el aliento Martha se ve de rodillas frente a la misteriosa mujer de ojos negros...

   Seis. Seis botones que desabrocha despacio, todos de la misma forma. Todo un ritual en el que saciar la sed. Abrir poco a poco esa camisa de lino es dejarse llevar por la ebriedad del deseo que le obliga a dejar caer sus labios sobre ese vientre desnudo. Manos abiertas de la ternura que se convierten en alas que se elevan hasta unos pechos helénicos.

   Qué desespero ese beso suspendido a espera de hacerse realidad y que gloria bendita atraparlo por fin. Ya no hay marcha atrás. Ya no hay nada ni nadie que pueda parar esa fantasía que se les hace realidad en la piel.Dos ojos que se miran y unas manos cálidas que despojan a Martha de cualquier cosa que pueda cubrirle la piel.

   Dos mujeres desnudas, un vagón de metro, unos asientos viejos y corroídos, y una hambruna que asesina la razón. Qué locura viajar por un cuerpo que se abre. Morir para renacer al caer desde Venus a las aguas del Mar Rojo...

   No hay prisa, el tiempo ha dejado de existir, y un segundo, un instante es una eternidad en la que ambas se desesperan y en ese desespero los muslos se tensan, tiemblan, se rompen, se abren. Dedos hechos de terciopelo recorriendo un bosque mojado, entrando despacio por el laberinto oscuro de lo prohibido, y ahí, justo ahí, el cielo se vuelca sobre el océano. Qué deleite y que locura morder el verbo, beber en la orilla, sentir los pechos clavos a la espalda, las manos danzando por el cuerpo. Besos, caricias, qué derroche, qué locura, comerse, devorarse, sentirse, como si ya no quedarán más noches.

   Piel con piel, bocas que se buscan, piernas que se entrelazan, deseo y rabia. No hay tregua ni descanso. Se buscan. Se encuentran.

   Dos mujeres que se aman tatuándose cada roce en el alma.

   Qué hermoso desahogo beberse de un trato la sal y las algas, y que insufrible el quiebre de esa ensoñación cuando una voz metálica las despojó de la fantasía para comunicarse que habían llegado a la última parada, era el final del trayecto.

   Las dos miraron hacia otro lado, las dos se levantaron y las dos salieron del viejo vagón para tomar direcciones distintas. Qué irónica la vida y que desoladora la evidencia de que más allá del espejismo solo hay engaño.